¿Por qué nos gusta ser víctimas?
Quizás porque es más cómodo y sencillo sentirse víctima. Porque la responsabilidad recae en otros o en elementos externos: me tienen manía, van a por mí, me odian, tengo mala suerte, nada me sale bien…
Pero gran parte de la culpa de que adoremos el papel de víctima lo tenemos entre todos. Está aceptado socialmente el sentir lastima y dar apoyo (moral eso sí) a las “víctimas”. Si sentimos que alguien está siendo atacado nos ponemos al lado de esa persona (aunque a veces nos cueste enfrentarnos al atacador por miedo o cobardía). Ese apoyo que prestamos al que está siendo atacado le reconforta y le hace gustarse en ese papel, por lo que repetirá el patrón de víctima en esa o situaciones diferentes, para sentir el RECONOCIMIENTO de los demás.
En la sociedad actual vemos cómo las que consideramos “víctimas” porque son atacados injustamente por sus detractores reciben más apoyos con posterioridad a ese “ataque injusto”.
Hemos normalizado la situación de víctima y en algún momento todos podemos tener sentimientos de satisfacción al sentirnos víctimas.
Consiste en DESDRAMATIZARNOS a nosotros mismos quitándonos importancia como víctimas y asumiendo un rol de Héroe, capaz de afrontar las situaciones sin necesidad de otorgarse un papel damnificado o perjudicado por los demás.
Hace un tiempo mi señora trabajaba en un supermercado y, aunque le gustaba su actividad, porque preparaba las compras de los clientes habituales, es decir preparaba el pedido que otro empleado entregaba, el fanoso «pedido a domicilio o delivery», se quejaba porque debido a su eficiencia y celeridad, cada vez le daban más trabajo y no le rendía económicamente.
Yo le decía que era una «actriz de reparto» y le preguntaba que esperaba para ser «protagonista». Al final terminó renunciando.
La idea es trabajar para el sueño propio, no para cumplir el sueño de los dueños. No será fácil porque se considera renunciar a una relación de dependencia como una locura o un pecado. Lo peor es cuando la dependencia se transforma en una «relación de esclavitud», porque en definitiva, para mí por lo menos, que soy creyente, del único que dependo es fe Dios.