Cayó por casualidad (o quizás fue por causalidad) en mis manos el libro “El arte de amargarse la vida”, del autor Paul Watzlawick.

De este libro he sacado algunos aprendizajes interesantes.

Una de las ventajas de aferrarse al pasado está en que no deja tiempo de ocuparse del presente.

¿Adónde iríamos a parar si fuera en aumento el número de los convencidos de que su situación es desesperada pero no sería?

La predicción que hacemos las personas, en el sentido más amplio es primero cualquier expectación, temor, convicción o simple sospecha que las cosas evolucionaran en este sentido y no en el otro. Hay que añadir que dicha expectación puede ser desencadenada tanto desde fuera, por ejemplo, por personas ajenas, como por algún convencimiento interno. Segundo, la expectación no tiene que verse como expectación sino como realidad inminente contra la que hay que tomar enseguida unas medidas para evitarla. Tercero, la sospecha es tanto más convincente cuantas más personas la compartan o cuanto menos contradiga otras sospechas que el curso de los acontecimientos ha ido demostrando.

Conclusiones interesantes del Libro “El Arte de no amargarse la vida”. Hudipro

Así, por ejemplo, basta la sospecha (con o sin fundamento, no tiene importancia) de que los otros cuchichean o se burlan en secreto de uno. Ante este hecho el sentido común sugiere no fiarse de los otros. Y como, naturalmente, todo sucede detrás de un velo tenue de disimulo, se aconseja afinar la atención y tomar en cuenta hasta los indicios más insignificantes. Solo falta esperar un poco y pronto puede uno sorprender a los otros cuchicheando y disimulando sus risas, guiñando el ojo e intercambiando signos conspiradores. La profecía se ha cumplido.

La profecía de un suceso lleva al suceso de la profecía. La única condición es que uno se profetice o se deje profetizar y que luego lo considere un hecho con consistencia propia, independiente de uno mismo o inminente. De este modo se llega exactamente allí donde uno no quería llegar.